Economía de la dona vs PIB

miércoles, 23 de agosto de 2023

Por: Berenice Valencia Para: Animal Político

No hay que ser economista para saber que el Producto Interno Bruto (PIB) es importante. De hecho, creo que cuando no somos economistas eso es prácticamente todo lo que sabemos de ese concepto: que es importante, que tiene que crecer para que la economía esté bien. Sin embargo, en el contexto de alta desigualdad y emergencia climática que vivimos, es momento de cuestionar esta idea.

En los años 30 –sí, hace 90 años– el economista Simon Kuznets desarrolló la metodología para medir el Producto Interno Bruto. El PIB no es más que el valor de todos los bienes y servicios generados por una economía (por ejemplo, de un país) en un periodo (usualmente, un año).

El concepto del PIB fue muy útil en Estados Unidos porque por primera vez permitió dimensionar cuánto produjo el país en un año y compararlo con el anterior. Lograron medir el impacto de las medidas de recuperación durante la Gran Depresión y planear una economía militar durante la Segunda Guerra Mundial y en adelante. Así empezó la historia de la obsesión global con el PIB y su crecimiento, porque si un país produce cada vez más –si el PIB crece– seguramente el país estará mejor. ¿Verdad?

Pues no necesariamente y Kuznets fue uno de los principales críticos respecto a cómo se empezó a utilizar el concepto del PIB en el mundo. Resaltó que al medir el PIB nacional, en realidad sabemos muy poco sobre el bienestar del país, porque hay muchísimos factores que esta medida no considera. Por mencionar uno: el PIB nos habla de la cantidad de lo que producimos como sociedad, pero no nos dice nada sobre su calidad.

Supongamos que en un país se venden millones de dólares por una altísima producción de Coca-Cola. ¿Para quién es bueno eso? Es bueno para el PIB, definitivamente, porque aumenta el valor de lo que se produjo en esa economía, en ese periodo. Sin embargo, ¿es bueno para alguien más? ¿Es bueno para las personas? ¿Para el planeta? No y no.

Como sabemos, este producto es detrimental a la salud de las personas, y producir medio litro de coca consume 34.5 litros de agua, así que también es detrimental para el planeta, incluso sin considerar todo el plástico que producen y la energía que consumen. Aquí alguien dirá, “pero es bueno para la economía”. Es justo lo que debemos cuestionarnos. Incluso ignorando los factores de salud y ambientales, ¿quién se beneficia de las ventas del refresco? ¿Toda la sociedad? Una vez más, no. Porque el país en el que estamos pensando tiene altos niveles de desigualdad y aunque “la economía” (entendida como el PIB) crezca, eso no significa que las personas viven mejor.

Ahora bien, el problema no es que el PIB no lo mida todo. No fue pensado para eso. El problema es que nuestro sistema económico y político usa el PIB como principal indicador de progreso tanto económico como social. El crecimiento del PIB no significa una vida mejor, ya que no es un indicador de bienestar. Lo sabemos porque el PIB global ha crecido de forma consistente, al igual que la desigualdad. Lo sabemos también porque buscar que el PIB crezca para siempre es insostenible en un planeta con recursos limitados y amenazados. ¿Qué hacemos entonces? Aquí es donde llegan las donas.

Hay distintas propuestas sobre cómo modificar los indicadores clave que miden el progreso de nuestra economía, entre ellas está la economía de la donaKate Raworth, economista de la Universidad de Oxford, propone un modelo económico que tenga dos tipos de límites: una base social y un techo planetario. Es decir, cambiar el paradigma de seguir creando más y más valor cada año, y concentrarnos en producir lo suficiente para asegurar el bienestar de todas las personas, manteniéndonos dentro de los límites planetarios. Se le llama “dona” porque al dibujar ambos límites, surge un dibujo parecido al del pan dulce.

Gráfica de la teoría de la

El punto es organizar la producción para que siempre se mantenga dentro de los límites de la dona. La meta ya no sería crecer a costa de todo, ignorando el trabajo de cuidados y la injusta distribución de la riqueza, sino satisfacer las necesidades de las personas y cuidar al planeta. Por supuesto que esto representa un reto enorme, en especial porque requiere salir de la inercia del último siglo, pero no es imposible. Ámsterdam, Bruselas y Melbourne son ejemplos de ciudades que ya utilizan el modelo de la dona para la planeación de sus ciudades.

Aunque el modelo ya es implementado a nivel ciudad, escalarlo a nivel nacional y global es más complejo. Por ello no hay que ver la dona como la solución única y universal, sino como un ejemplo que puede inspirar otros sobre cómo podemos reorganizar la producción y distribución de nuestras sociedades, para que pongan en el centro la vida y no la aspiración a un crecimiento infinito.