Escasez de agua o desastres naturales: por dónde llegará la primera gran crisis del cambio climático

Fecha de publicación: martes, 26 de septiembre de 2023

Por: Laure Delalande Para: Animal Político

Últimamente me he vuelto muy obsesiva con el cambio climático. Pienso en él, hablo de él, y obviamente, me preocupo mucho. He estado tan impregnada del tema que he tenido que auto-censurarme en mis conversaciones, para evitar caerle pesada a la gente que me rodea.

Cualquier persona con pensamiento racional y bien informada sobre el cambio climático seguramente pasa por esta etapa. Personalmente, van tres o cuatro crisis existenciales de este tipo que voy viviendo desde que he empezado a trabajar de manera más cercana con el tema. Pero en esta última ocasión, es más profunda y desesperada que las otras, y está  atravesada por una ansiedad invasiva.

Esta obsesión y este aspecto tan central que va cobrando el cambio climático en mi vida me dan la sensación de no estar en sintonía con el pensamiento colectivo, pues las personas alrededor de mí parecen lidiar o, por lo menos, no estar obsesionadas. De ahí la impresión de estar loca y de que algo está mal en mi forma de pensar. Todas y todos tenemos acceso a la misma información; entonces, ¿por qué, en mi caso, se traduce en una mayor angustia y esta convicción cada vez más fuerte de que, posiblemente, vaya a presenciar el colapso de la humanidad?

Creo que se debe a que me ha pasado lo que a muchas y muchos científicos, y, por supuesto, ciudadanas y ciudadanos informados: ya me cayó el veinte. Y pasé del otro lado, del lado de las y los locos. Porque no hay forma de conservar una salud mental sana conviviendo con esta información.

Ahora, ¿qué diferencia hay entre hoy y mis crisis de hace 15, 10 o cinco años? Hace dos décadas estábamos muy centrados en la lucha por alcanzar acuerdos internacionales que garantizaran una reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, discutiendo las mejores estrategias, implementando proyectos. Asimismo, los escenarios del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático tienen como horizonte de tiempo el final del siglo. En aquel momento, parecía que teníamos tiempo (y de hecho, sí lo teníamos).

Pensar en que teníamos unos 20, 30 años para ir avanzando en este tipo de acuerdos y evitar la catástrofe parecía realista. Aún no vivíamos los efectos del cambio climático, o no eran tan drásticos. Los acuerdos iban progresando. Además, yo pensaba en las crisis climáticas como catástrofes localizadas que iban a tener lugar en distintos puntos del planeta, no de forma simultánea. Es decir, crisis regionalizadas, sí complicadas de resolver, pero sin el carácter masivo con el que pensamos en escenarios de fin del mundo.

Pero lo más importante es que por alguna razón tenía la convicción de que la catástrofe iba a ser para la próxima generación, argumento de lo más egoísta, cierto es, pero reconozco que hizo la diferencia. En otras palabras: pensar en que uno está invirtiendo uno de sus proyectos de vida (la lucha contra el cambio climático) para que la próxima generación viva mejor, o por lo menos, no peor (que es más o menos la forma en que lo entendía en ese momento), es relativamente satisfactorio.

Pero hoy, el escenario es totalmente diferente. Los efectos del cambio climático ya se hacen sentir de forma más alarmante, y ocurrieron sucesos que yo no tenía previstos, justamente porque forman parte de la gran incertidumbre que rodea al cambio climático.

Según el observatorio europeo sobre el clima Copernicus, julio de 2023 ha sido el mes más caliente desde hace 120 mil años. Los incendios han sido no solamente de una escala no vista antes, sino que surgieron en muchos puntos del planeta, al mismo tiempo.

Otro elemento que me dejó noqueada es oír que las y los científicos estiman estar llegando al límite de los modelos de predicciones climáticas al no poder explicar, por ejemplo, por qué la temperatura del mar mediterráneo haya subido hasta 28 grados centígrados este verano. Es decir, la comunidad científica está siendo más clara sobre su imposibilidad de poder predecir qué puede suceder en un mes o en un año, y cuál será la magnitud del desastre. En algunas de las probabilidades que se han formulado, una es que lo que vivimos en 2023 sea un primer paso hacia la nueva normalidad.

Aunado a ello, me queda cada vez más claro el fenómeno de los efectos en cadena, y que estos sí desembocan en un escenario de fin del mundo, o algo cercano. Antes me preguntaba si la primera gran crisis iba a ser de escasez de agua, de desastres naturales repetidos y masivos, de baja drástica en las cosechas… Ahora me va quedando cada vez más claro que todo eso puede suceder de manera paralela, e incluso, reforzarse mutuamente.

Y, finalmente, el último golpe de espada: para limitar la temperatura global en 1.5 grados centígrados arriba de la temperatura promedio antes de la era industrial, tendríamos que reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en un 45 % de aquí al 2030.

Con mi humilde conocimiento de la humanidad y experiencia personal, soy incapaz de creer que eso pueda suceder. Me gustaría poder modificar mis creencias al respecto, pero sería una mentira piadosa hacia mí misma. Y al leer las recomendaciones de los grandes organismos internacionales para que se logre este objetivo, mi angustia crece cada vez más. Buenas intenciones, lenguaje políticamente correcto, un tono muy tibio y que no pone en el centro lo que realmente debería de pasar (desde mi perspectiva): repensar nuestras formas de transportarnos y dejar de consumir carne de res.

En resumen, y aun reconociendo mis limitaciones en cuanto a pensamiento científico, no puedo ignorar que se están cruzando varios elementos informativos que me llevan a la misma conclusión: probablemente, estaré (y estaremos) presenciando, en una o dos décadas, un colapso a nivel global que pondrá en jaque nuestra forma de vivir actual y reconfigurará por completo el mundo tal como lo conocemos en este momento. Y ahora, intentaré olvidar esta información para poder vivir.