¿Un respiro a la tierra?

Fecha de publicación: miércoles, 5 de junio de 2024

Por: Juan Felipe Santana Para: Animal Político

Hoy, en el Día Mundial del Medio Ambiente, nos encontramos inmersos en una crisis que se despliega ante nuestros ojos día a día. Desde genocidios hasta romper récords de mayor temperatura, cada acontecimiento nos recuerda la urgencia de actuar frente a la crisis civilizatoria que vivimos. Sin embargo, como señalaba Gramsci, cuando una ideología se normaliza tanto, es difícil reflexionar sobre ella. Esta ideología, arraigada en la explotación de los recursos tanto humanos como naturales, nos ha llevado al borde del precipicio.

El Día Mundial del Medio Ambiente fue establecido para crear conciencia sobre los problemas ambientales que enfrenta nuestro planeta y fomentar acciones para abordarlos. Sin embargo, en la actualidad enfrentamos una realidad en la que la crisis ambiental se ha vuelto tan común que corre el riesgo de ser aceptada como parte de la normalidad y, por tanto, de una ideología que sea difícil de reflexionar.

En un mundo donde la reducción de emisiones es urgente, la carga recae desproporcionadamente en los más desfavorecidos, mientras los privilegiados continúan disfrutando de un estilo de vida insostenible. Los políticos, lejos de abordar esta desigualdad, parecen estar más preocupados por trasladar el costo de la crisis a los pobres, en lugar de dirigir sus esfuerzos hacia aquellos que más contribuyen al problema.

Esta injusticia es especialmente evidente cuando observamos la distribución de emisiones a nivel global. Mientras que las naciones más ricas y desarrolladas son responsables de la mayoría de las emisiones históricas, las naciones más pobres y vulnerables son las que sufren las peores consecuencias del cambio climático. Por ejemplo, según el informe de Oxfam y el Instituto del Medio Ambiente de Estocolmo, entre 1990 y 2015, el 10 % más rico generó el 52 % de las emisiones acumuladas, mientras que el 50 % más pobre sólo generó el 7 %.

Las empresas petroleras, por su parte, creen que pueden lavar su conciencia entregando sumas de dinero a fondos internacionales. Sin embargo, ¿en qué medida este dinero puede compensar la pérdida de lazos sociales, el deterioro de la calidad de vida y el impacto en las prácticas y la vida cotidiana de las comunidades afectadas? Además que solo una fracción mínima de los fondos destinados a compensación les llega realmente a las comunidades afectadas.

Según el Reporte de Carbon Majors 2024, desde 1854 hasta 2022, más del 70 % de las emisiones globales de CO2 se atribuyen a tan solo 78 entidades corporativas y estatales. Este hallazgo es alarmante y subraya la necesidad urgente de abordar la desigualdad en la responsabilidad de las emisiones de carbono. Las empresas privadas y las empresas estatales representan diferentes partes del problema. Las empresas privadas representan el 31 % de todas las emisiones rastreadas, mientras que las empresas estatales, el 36 %. Este desglose muestra cómo tanto el sector privado como el público tienen un papel crucial en la crisis climática y la necesidad de que ambos asuman la responsabilidad y tomen medidas para reducir sus emisiones.

Es evidente, entonces, que el dinero no puede compensar adecuadamente la pérdida de lazos sociales, el deterioro de la calidad de vida y la destrucción de prácticas y conocimientos ancestrales. En lugar de depender de soluciones superficiales como la compensación económica, debemos abordar las causas subyacentes de esta injusticia y trabajar hacia un modelo de desarrollo más equitativo y sostenible.

La justicia climática no es solo una cuestión de equidad, sino también de supervivencia. Si no abordamos la desigualdad en las emisiones de carbono y trabajamos juntos para crear un mundo más justo y sostenible, corremos el riesgo de perder mucho más que el medio ambiente. Estamos en un punto de inflexión histórico, entre perpetuar el sistema de desigualdad que no ha llevado a una crisis climática o romper con dicha dinámica capitalista.